Pilar llegó a ese hotel de montaña apartado del mundo, del estrés, de la contaminación de la ciudad, de la su vida en definitiva. Había llegado dos días antes que su reciente marido porque él tuvo que aplazarlo debido a cuestiones de trabajo de última hora.
Se registró en recepción y pasó a la habitación. La
decoración no estaba mal, un ambiente acogedor, colores cálidos y una pequeña
pero bonita chimenea que le daba un toque muy romántico a ese lugar.
La pareja llevaba tiempo queriendo alejarse un poco del
estrés que generaban sus trabajos. Ella enfermera, el arquitecto. Se habían
casado hace un año después de pasar dos
años de noviazgo.
Pilar deshizo la maleta. Colocó cuidadosamente sus prendas
en perchas y se dio un baño de casi una hora. Se sentó en el sofá del pequeño
salón con el albornoz y volvió a mirar su móvil. Sabía que en ese lugar no
había cobertura, que para realizar alguna llamada tendría que alejarse varios
kilómetros para disponer de un poco de señal, pero seguía mirándolo como si ese
gesto se hubiera quedado en su subconsciente. Encendió la tele e hizo zapping.
La apago al no entender nada de ese idioma. Se encontraba inquieta, no sabía
muy bien porque. Sabía que su marido llegaría pronto pero creía que se
encontraba así por no saber de él durante tanto tiempo. Al fin y al cabo solían
hablar por teléfono, verse, enviarse SMS casi ininterrumpidamente durante el día
anqué fueran por intervalos de algunas horas en los momentos de trabajo.
Se vistió y bajo al bar que se encontraba en la primera
planta del hotel. Tomó un café y volvió. Casi no había gente. Era época baja de
turismo. Comprendió porqué habían conseguido una oferta tan buena.
Volvió a la habitación. Miró el móvil de nuevo, encendió la
tele de nuevo, se dio un baño de nuevo. Revisó su bolso y comprobó que no había
traído sus pastillas para dormir y el café que se había tomado hace una hora
tampoco ayudaría a conciliar el sueño. Lo único que podía hacer era pensar.
Pensar puede ser más peligroso de lo que en un principio
podría parecer. En la cabeza, no sé muy bien donde, se encuentran los
sentimientos, los miedos, las decepciones y una realidad camuflada que nos
gusta ignorar.
Tumbada en la cama, mirando al techo mientras la chimenea
que acaba de encender calentaba la habitación, estaba Pilar practicando el peligroso
ejercicio de pensar. Lo primero que se le pasó por la cabeza fue su trabajo. No
pensaba el trabajo que había dejado acumulado, no pensaba en los compañeros de
profesión, solo pensaba que no quería volver. Intentando resolver esa cuestión
se preguntó si el trabajo estaba bien pagado, si tenía unas buenas condiciones
laborales, si el ambiente era bueno... todas las preguntas tenían repuesta
positiva. Se tuvo que remontar hasta el momento en el que acabó el instituto y
sus padres le pusieron una pistola imaginaria en la cabeza para obligarla a
seguir los pasos de ellos y estudiar enfermería.
Habían pasado los años en un suspiro. Habían pasado rápidos
e intensos y eso está bien si lo que no quieres es pensar. No había tiempo para
nada. Siempre había algo que hacer: trabajar, quedar con sus amigas, quedar son
su novio o maridos según el momento en el tiempo, comunicarse con su móvil, viajar,
visitar a sus padres, comprar la casa, amueblar la casa, limpiar la casa,
enfadarse con su novio y reconciliarse con su marido, preparar la boda,
comprarse otro coche...
Empezaba a entender que se encontraba tan rara en ese
momento simplemente porque no había
tenido tiempo anteriormente para ejercitar su mente de aquella manera. Ahora
pensaba en su marido. Se conocieron a través de una amiga del trabajo y todo
fue rodado, casi sin darse cuenta ya vivían juntos en matrimonio en una casa bastante
bonita diseñada por él.
Ahora se cuestionaba todo. Al principio tenía ganas de que
su marido llegará ya al hotel pero ahora tenía la extraña sensación de que lo
que quería era no aburrirse. Notaba que era más un compañero que un amor.
Alguien con quien compartir conversaciones, dinero y sudor.
Las lagrimas comenzaron a brotar como una presa que acaba de
fisurarse convirtiéndose en llanto desesperado al romperse del todo. Después de
pasar toda la noche en velo, creía que no podría enfrentarse a su vida. No quería
que llegara su marido, no quería volver a su trabajo, no quería explicarle a
sus padres que quería dejarlo todo.
Su marido llego a la mañana siguiente. Entró en la habitación.
Estaba totalmente patas arriba. El colchón fuera de la cama, cristales rotos,
todo tirada por el suelo y ella en el medio.
-----------------------------------
Toda chimenea, por muy bonita y confortable que sea siempre
hecha mucho negro aunque no lo veamos. A veces hay que salir de la casa y mirar
al cielo para verlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario