Una cajera
de supermercado me saluda con mirada perdida en la última hora de su jornada.
Le devuelvo el saludo automático mientras pasa los artículos y le pregunto que
si cree que se acabará el mundo este año. Me responde buenos días (siendo ya de
noche) y me pregunta que si quiero
bolsa. Al salir una mujer tirada en el suelo con un cartel donde dice que está
muy mal, que tiene hambre y que necesita ayuda, es ignorada por mi y por todos
los que pasan. El cartel debía de estar en otro idioma. Paso por una farmacia
donde solo veo recetas de pastillas que ocultan la verdad y nos colocan
sonrisas postizas transitorias llamadas antidepresivos. Camino por la acera,
carteles de liquidación, traspasos, se alquila... inundan los escaparates de
cristal que no han podido evitar que la crisis entrara a su establecimiento
aunque tengan un letrero donde pone que se reservan el derecho de admisión en
su local. Me meto en una cafetería y pido un café con leche. El borracho que
está a mi derecha y que mañana estará en esa misma butaca, y la próxima semana
y próximo año, me mira mientras sorbo el café. Niñas arrastrando carritos con bebes
con futuro predestinado. Kinkis sin camisa con mirada desafiante.
Vuelvo al
supermercado. Le comento a la misma cajera de antes que el mundo si que debería
de acabar este año, que ojala los mayas tengan razón y todo se vaya a tomar por
culo. Me responde preguntándome que si tengo ticket en el parking. Pienso por
momentos si en realidad es un robot. Le arranco la camisa y busco en su espalda
un interruptor. Lo encuentro pero al intentar accionarlo veo que está demasiado
oxidado y que no se mueve. Me pregunta que si voy a pagar con tarjeta o en
efectivo. Le respondo que si no se da cuenta de que el mundo es un lugar
asqueroso para vivir y me despido. Que tenga un buen día señor, me dice.
Sé que el
mundo tiene dos caras, pero hoy solo le veo la cara triste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario