Chupó otra calada al cigarrillo y siguió mirando la puesta
de sol desde la arena de la playa mientras continuaba pensando en desaparecer
de su propia vida, de ser otra persona en algún país desconocido, con otro
aspecto y otro cuerpo. De dedicarse a lo que realmente le gustaría dedicar cada
minuto de su tiempo, de dejar atrás temores y angustias. Vivir en una caja fuerte
de cristal donde no ser herido sin perder la parte de humanidad.
El domingo era su día favorito para caer en este “trance” ya
que era su preludio a su monotonía semanal. Se extraía de tal modo que solían
pasar horas donde se imaginaba situaciones de esa “nueva” vida, con momentos
cotidianos que se iban enredando y convirtiéndose en días realmente
emocionantes donde nunca hay dos iguales.
Seguía mirando horizonte hasta que notó una quemadura en los
dedos que sujetaban el cigarro devolviéndolo a la realidad, a la puta realidad.
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