domingo, 8 de enero de 2012
Bebes terroristas.
Que no, que no, que no me lo creo. Es imposible que en cada vehiculo publico al que me suba esté rodeado por niños llorones. Estoy convencido que esto es un complot contra mí. Actores profesionales de 18 con apariencia de niños de 1.
Es subirme a un avión y estoy rodeado norte, sur, este y oeste por estos particulares insurgentes terroristas. Miro a las madres en cada intento de llanto y pienso: no no no, dale el chupete antes de que empiece, cuidado cuidado, agita ese sonajero, aprisa.
Porque no hay nada mas molesto que el llanto de un niño. Está a la altura del zumbeo de un mosquito en plena noche, y no me creo que en plena crisis, en pleno decremento de la economía haya un aumento del número de niños llorones.
Si pudiera pulsar el botón que hiciera inyectar el asiento de ese puto niño como los asientos de los cazas militares lo haría sin pensar. Con el primer amago de llanto: PAM, adiós maldito niño, ¡good bye!. Y el de los padres que ya están tan acostumbrados a ese ruido y actúan como si no pasara nada, también. Asiento inyectable y paracaídas... no, paracaídas no. Los demás pasajeros se harían los locos, estoy seguro, dedicándome una sonrisa cómplice.
Así que les doy un consejo a esos posibles futuros padres de pequeños Bin Laden: ANTICONEPTIVOS por favor!!!!.
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