jueves, 2 de febrero de 2012

Libertad



La gente tiene una capacidad de sufrimiento increíble, es capaz de soportar momentos de tristeza, ansiedad... infelicidad si queremos resumir, durante muchísimo tiempo. Llega un momento en el que te acostumbras o puedes llegar a lo que se conoce como “punto de inflexión”.

Joseph llegó a uno de estos puntos de inflexión, tuvo que tomar una decisión para simplemente no explotar. Fue al banco y cerró su cuenta sacando todo su dinero. Llego con una sonrisa de oreja a oreja porque quince minutos antes había mandado a tomar por culo al jefe que durante tanto tiempo había oprimido su cara con su bota.
- Joseph, como no consigas a ese cliente habrá que plantearse el tipo de contrato que tienes, y más en estos tiempos. No creas que no puedo despedirte y abrir la puerta y encontrar a cien mil desesperados que hagan tu trabajo a mitad de precio.

Puede que esa fuera una chispa mas y el simplemente estuviera empapado en gasolina pero para el ese fue su momento de “inflexión”. Recogió su maletín, se acerco a su torturador de diario y propino un rodillazo en los huevos. Siguió hasta el ascensor y mientras pulsaba el botón de planta baja se le atisbó una sonrisa que no se volvería a borrar. Después se dirigió a un concesionario de coches por el que pasaba todos los días de camino al trabajo donde siempre veía unos descapotables. Cada día pasaba dos veces por ese lugar, miraba a uno de esos coches que le inspiraban tanta libertad y después pensaba que le esperaba su jodido jefe o su mujer. Parece que la segunda opción debería ser por lo menos mejor que la primera pero su mujer era una de esas controladoras milimétricas. Para que se entienda: si cesar millan (el encantador de perros) analizará esta relación, diría que ella era el macho super alpha y el un simple seguidor sumiso.

Las personas necesitan una válvula de escape. Sufrir en el trabajo pero poder llegar a casa y recargar un poco de dignidad. Recuperar un poco aire antes de que vuelvan a golpearte.
Eligio un mustang descapotable en rojo, pago al contado, se subió y se coloco una gafas de sol. Todavía la quedaba algo de tiempo para que llegará el atardecer. Su idea era conducir en dirección oeste a una velocidad que le permitiera vivir en una puesta de sol perpetua. Paso por una tienda, compró cervezas. El teléfono sonó porque ya habían pasado quince minutos de la hora a la que solía llegar a su casa y su mujer quería saber donde coño estaba. Miro la pantalla de su iphone y se lo dio a un chico que pasaba por la acera.
- Este tesoro esconde una oscura maldición. Ahora es tuyo.

Arranco dejando al chico esa cara de flipado sosteniendo el móvil mientras seguía sonando. Acelero y acelero para vivir su particular atardecer perpetuo. Le gustaba esa sensación de libertad, su sonrisa no se había borrado ni un segundo y no se borraría jamás.

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.” Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616)

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